El misterioso chico se miró al espejo y no vió nada, ya estaba acostumbrado, sin embargo, para ser una persona de complexión "débil" le resultaba atractivo a las chicas.
Quizás fuera su elegancia o sus modales.
Tal vez sus ojos color del hielo, espejos que reflejaban un alma igual de fría.
Sonrió y vió sus colmillos, perfectamente blancos y afilados, aguardando ser utilizados.
Abrió su habitación y un olor a incienso le embriagó, se dirigió a las estanterías, esos muebles que llevaban con él desde siempre y que en su interior guardaban cartas, libros, rastros de muchos periodos históricos, momentos que él había vivido gracias a su maldición... o su don.
Las lágrimas llegaron a sus ojos, le invadían los recuerdos y no conseguía pararlos.
Se retiró al armario, escogió un traje perfectamente planchado, peinó su cabellera azabache y se fue, resguardado por las sombras, a alimentarse...